jueves, 27 de octubre de 2011

Tintín, Spielberg y yo.


Las Aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio.

No puedo empezar a hablar de la película sin poner en antecedentes a los que vayáis a leer esto. No sé muy bien cómo describir lo que es para mí Steven Spielberg. O mejor dicho, el cine de Steven Spielberg. Con cuatro añitos vi La Guerra de las Galaxias y creo que instantáneamente supe que mi mundo no era este mundo. Pero no asocié aquello a una persona. Pensé que esa película sencillamente, existía. Tardé unos años en descubrir que las películas las hacía gente. Y lo descubrí, concretamente, en un reportaje de Informe Semanal sobre E.T. en el que entrevistaban a Spielberg en el momento en el que E.T. se estaba convirtiendo en una sensación mundial. Me acuerdo perfectamente, sábado por la noche, nueve años, cenando huevos con patatas en mi esquijama verde a la espera de que empezase sábado cine (daban El Coloso en Llamas) y ver el reportaje de E.T. con la boca abierta. Había un señor con gorra de béisbol, barba y gafas que había hecho un montón de películas. Tiburón, Encuentros en la tercera fase, En busca del Arca perdida. “El nuevo Rey Midas de Hollywood”, decían. Yo no había visto ninguna de esas pelis pero mis hermanos que eran muy cinéfilos las mencionaban constantemente. Creo que fue la primera vez que fui consciente de la figura de un director. “Qué es lo que hace un director?” – le pregunté a mi madre. “Es el que dice acción y corten” – me respondió ella. Vale.

Otro día escribiré sobre lo que fue esa tarde en la que vi E.T. por primera vez, pero no exagero si os digo que fue un evento que me cambió para siempre. Si es verdad que antes de morir uno ve una película de los momentos más importantes de su vida, estoy convencido de que cuando llegue mi hora volveré a vivir ese momento en el que salté de la butaca con otros cientos de niños entre gritos y aplausos cuando Elliot y ET volaron sobre los coches de policía. Otro dato curioso… la cama donde dormía de pequeño era una cama abatible te esas que suben y bajan. En el cabecero de la cama había unas estampitas que mi madre había puesto para que me acordase de rezar cada noche. Una Virgen María y un Jesús. Yo completé la familia sagrada con una foto de Spielberg y ET. Así que en el cabecero de mi cama había estas tres estampas: 




Padre y Espíritu Santo. ¿Queda claro? Sobran más explicaciones, ¿verdad? 

Pues alrededor de estas imágenes fui añadiendo pegatinas de mis obsesiones particulares. Muchas de ellas eran de Tintín. Porque sí, yo era de Tintín, no de Astérix. Igual que después fui más de Michael Ende que de Tolkien. Sin enredarme demasiado creo que ya he puesto suficientemente en antecedentes de lo que han significado desde mi infancia Spielberg y Tintín, y os podéis imaginar las ganas que tenía que ver LAS AVENTURAS DE TINTÍN: EL SECRETO DEL UNICORNIO. Claro que entré a verla con cierto recelo también, porque la última vez que había estado tan ilusionado por un enlace perfecto, el resultado fue HOOK, que mejor la olvidamos...

Por suerte para todos, Tintín no es Hook. Aunque tampoco es E.T.

La película abre con una preciosa secuencia de títulos de crédito metatintinóloga que hace un rápido repaso por el universo de Hergé al ritmo de una juguetona pieza de John Williams sonando a Johnny Williams, el compositor de Jazz de su primera época o de Atrápame si Puedes, sin irnos tan lejos. Es como si hasta en la música se plantease un viaje a los principios, a la infancia creativa. Y entonces la película arranca con una preciosa secuencia homenaje a Hergé que no quiero destripar aquí pero que es ya de aplauso. No se puede presentar mejor a Tintín, en el estreno al que asistí todo el cine se puso a aplaudir a menos de un minuto de arrancar la película. No podíamos estar más entregados. 

La técnica de motion capture nunca se ha utilizado mejor, la película es visualmente impecable, la paleta de colores preciosa, la iluminación especatacular, la planificación es un derroche de elegancia e imaginación, los personajes parecen, efectivamente, los personajes de Hergé. ¡Qué difícil esto! ¿Cómo se puede llevar a las tres dimensiones con éxito algo tan implantado en la memoria personal de tantos lectores? Pues tengo que decir que en ese aspecto la película es un éxito rotundo (a excepción de La Castafiore, quizás). La primera hora de película es impecable. A un ritmo trepidante se va desarrollando una trama que combina misterio, humor y acción con un gusto irreprochable. Parece que se va a producir el milagro, uno tiene la sensación de estar presenciando un clásico instantáneo. Pero entonces... llega el desmelene. Una secuencia de acción tras otra, sin pausa ni tregua. Y el medio le permite a Spielberg llevar a cabo planos imposibles que no se podrían haber rodado jamás utilizando otro medio. Es un auténtico banquete. Pero precisamente por eso llega un punto en el que llega una sensación de empacho. No hay mesura ni contención ninguna. Estamos delante de un niño sacando todos sus juguetes y a la vez que disfrutas viendo lo bien que se lo pasa, empiezas a preocuparte por el desorden que se está montando y por cómo leches se va a recoger todo después. Y el problema es que, efectivamente, nunca llega el momento de recoger. La película termina en un cliffhanger algo precipitado que te deja con ganas de haber pasado más tiempo con esos personajes deliciosos y menos en tanta persecución enloquecida. Hay espectáculo, imaginación y cine para parar un tren. Pero falta un poquito de corazón. Y el que hay, dibujado un poco a trazo grueso en la relación que se establece entre Tintín y Haddock, resulta un poco forzado, cosa de manual. Hay incluso un intento de redimir a Haddock de su alcoholismo que resulta impostado. 

En resumen, una pequeña delicia que se acaba demasiado pronto dejando una extraña sensación de vacío al terminarse. Un festival para la vista extrañamente ausente de la emoción que podemos esperar de Spielberg. Pero un autentico prodigio de imaginación en la puesta en escena. Apabullante, quizás demasiado. No pude evitar acordarme de Bruce, el tiburón mecánico que no funcionaba al rodar JAWS y que obligó a Spielberg a estrujarse la imaginación para crear suspense y emoción con elementos mínimos, insinuando sin mostrar. Aquí es todo lo contrario. Puedes hacer cualquier cosa. Todo es posible. Y escena tras escena hay un despilfarro de ideas que termina por ahogar un poco la ya de por sí endeble narrativa. A veces tenerlo todo a favor no favorece que salga lo mejor de uno mismo. Y este es un poco el caso. Y resulta un poco inexplicable que un trabajo exquisito que va a llevar dos años de render no vaya cimentado por un guión de planificación igualmente milimétrica.

Con todo, la película es un bombón. Quizás no para entrar en el top de Spielberg, pero sí para dejar bien claro que sigue siendo el Rey. Y siempre nos queda War Horse. Quizás se esté guardando su mejor regalo para las navidades. Mientras tanto, yo pienso volver a pasar unas cuantas tardes en el cine con Tintín y Milú. Mañana mismo, sin ir más lejos. 






1 comentario:

  1. Necesito contactar contigo de alguna. Sería muy satisfactorio para mí.

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